Hete aquí... una entrevista con una artesana de cables
Un periodista de investigación visita un pueblo perdido para descubrir por qué la ex-CEO de una piscifactoría de congrios acaba dedicándose a un oficio olvidado: la fabricación artesana de cables.
¡Hola, hola hola! ¡BUENOS DIAS! ¿Cómo vamos? ¿Vamos bien? ¡Si vamos bien, me alegro mucho! Dejadas atrás ya las formalidades, paso a presentaros la historia de esta semana.
La historia
Efectivamente, esta entrevista no una entrevista real sino un cuento, pero adopta la forma de una entrevista. Ha sido publicada por extranieza.miscelánea ediciones en su Colección cables1. Y no sé cuanto tardaréis en leerla porque no lo he calculado, pero podéis juzgarlo a partir del largo de la barra de scroll.
Entrevista con una artesana de cables
No es fácil encontrar el pueblo y ya estoy llegando tarde. Melindra me ha facilitado indicaciones por teléfono y, además, ha tenido la amabilidad de hacer fotografías del camino para que me oriente mejor. Me las ha mandado por correo postal, pero entre que todas han salido borrosas y que usó un carrete gastado no me han sido de gran ayuda. Tampoco me han llegado, así que en realidad no me han ayudado nada en absoluto. Pero el lugar es bonito, de eso no hay duda.
La luz del atardecer baña los campos, salpicados aquí y allá de corrales cuyas paredes se desmoronan en silencio. No puedo disfrutar de ese silencio a bordo de mi gigantesco SUV pero aun así, tengo la sensación de viajar a través de un cuadro de Louise-Joséphine Sarazin de Belmont. Es muy evocador.
En una curva del camino arranco sin querer un árbol, pero creo que ya estaba medio muerto. La mala suerte es que arranco también una puerta de mi SUV y ahora me estoy llenando de polvo. Pero no me detengo. Sigo adelante hasta que finalmente llego a una señal oxidada y medio borrada donde se lee el nombre del pueblo: Pueblo.
Por fin aparecen las primeras casas. Las primeras y las últimas, porque el pueblo es pequeñísimo. Solo tiene una única calle. Es algo estrecha, pero mi SUV pasa bien y solo salta el retrovisor del lado derecho. A medida que las paredes de piedra me desgarran la carrocería alcanzo a ver algunas miradas curiosas: las veo de reojo, asomándose fugazmente a través de cortinillas de ganchillo. Eso pasa en los pueblos, y es completamente normal.
La casa de Melindra es la que cierra la calle. Aminoro, y detengo el motor. El silencio me recibe. Se respira un aire distinto en los pueblos. Una calma especial. Tomo mi libreta de notas y me preparo para reunirme con Melindra. Como mi SUV está insertado en la calle como una cuña, reviento el parabrisas de una patada y salgo por encima del capó. Melindra ya me está esperando en la puerta. Su ropa es sencilla: una camisa amplia arremangada, manchada aquí y allá, un peto marrón con los pantalones doblados en los tobillos y unas zapatillas de estar por casa. Lleva el pelo sujeto en una trenza desaliñada y los cristales de sus gafas tienen más grosor que diámetro. Es un poco raro pero, por respeto, no me río en su cara. Me saluda con una sonrisa amable y me estrecha la mano. Melindra es la última artesana de cables que queda en el mundo.
Nos sentamos en su taller, un lugar acogedor y, al mismo tiempo, amenazante. Hay muchos cables, muchos. Muchos. Ella parece cómoda y me ofrece un té para que me sienta como en casa. Odio el té, pero lo acepto por educación. Al probarlo, me sorprende lo malo que está. Comienzo preguntándole lo obvio:

E.: (Entrevistador): ¿Cómo acaba la CEO de una piscifactoría de congrios trabajando como artesana de cables?
E.: (Entrevistada). Es algo que viene de familia. Mi abuelo se dedicaba a esto, y su abuela antes que él. Creo que hay algo en mi familia que hace que cuando llegamos a los 30 sentimos una especie de pulsión, ¿sabes? Una llamada de los cables.
E.: ¿Por qué cables?
E.: ¿Por qué no? Los cables conectan el mundo, nos conectan con las personas. Son como las venas del cuerpo conectando los órganos. Hay algo trascendental en los cables, algo espiritual. Además, son muy chulos porque los puedes hacer de muchos colores, y tan largos como quieras.
E.: ¿Entonces no hay límite en lo largo que puede ser un cable?
E.: Hay clientes que sí que estipulan un largo determinado, pero en realidad no, no hay límites. Cuando trabajo para mí misma puedo hacer que el cable sea todo lo largo que yo quiera. El único límite es la imaginación, y si puedes soñarlo, puedes creerlo.

E.: ¿Cuánto mide el cable más largo que has hecho?
E.: Tengo uno en el que todavía estoy trabajando que tiene un largo aproximado de 12 metros. Pretendo llegar aún más lejos, pero antes tengo que ampliar el taller, porque no me cabe desplegado dentro.
E.: ¿Y no puedes abrir la puerta y extender el cable en el exterior?
E.: No, porque entonces los roedores lo roen. Ya me ha pasado antes, y es verdaderamente frustrante.
E.: ¿Cómo definirías tu proceso de trabajo?
E.: Siempre empiezo por la punta del cable, y a partir de ahí es ir tirando. En realidad, es muy sencillo. No es tanto el proceso en sí como la preparatoria: la selección de los materiales me permite jugar con diferentes grados de flexibilidad o resistencia, conectividad...

E.: Tu proceso se diferencia del que tradicionalmente han usado tus familiares, por lo que tengo entendido. Eres la primera de una nueva generación de artesanas que se caracterizan por la búsqueda de las raíces del oficio, recuperando los procesos tradicionales, pero sin renunciar completamente a las ventajas que aporta el enfoque moderno. Utilizas software de computadora para el diseño de cada pieza, renderizas un modelo y finalmente imprimes un prototipo con una impresora de tres dimensiones.
E.: Sí.
E.: Pero luego todo el proceso se hace con técnicas antiguas.
E.: Yo no las llamaría antiguas. Antiguo tiene un matiz negativo en este caso, casi despectivo, y estas técnicas no han perdido un ápice de efectividad, aunque las usaran los viejos y las viejas.
E.: ¿Es peligroso el proceso de ensamblaje?
E.: Es muy peligroso, hay que tener mucho cuidado. En el gremio del cable es habitual encontrar personas que han perdido uno o siete dedos por culpa de un cable.

E.: ¿A ti te ha pasado?
E.: No, a mí no, pero porque tengo los dedos duros. Aunque sí que una vez se me cayó un cable muy gordo en un pie y ahora lo tengo de plástico. Pero es un tipo de accidente menos común. Solo les ocurre a las personas que fabrican cables más grandes, y solo somos yo y dos robots.
E.: Siento curiosidad, ¿Quién compra tus cables?
E.: No puedo dar nombres, por confidencialidad, pero sí puedo decirte que vienen clientes de todo el mundo. Son principalmente personas que valoran lo auténtico.
E.: Y, en tu opinión, ¿Cuál dirías que es la principal diferencia entre un cable artesanal y uno industrial?
E.: El alma. Entiendo que puede sonar extraño para las personas que no conocen este oficio, pero yo dejo parte de mi espíritu en todos los cables que hago. Tienen, por decirlo de algún modo, un poco de mí.

E.: ¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo este año?
E.: Sí, como sabes, tengo una línea de trabajo especial, más enfocada a lo vanguardista donde me permito ser más audaz, más transgresora. Más alocada, si me apuras. La llamo Cablexperimental.
E.: La conozco. Asistí a la exposición que hiciste en Ciudad el mes pasado. La verdad es que era verdaderamente interesante.
E.: Y para mí fue muy gratificante. Por eso decidí darle continuidad y ahora estoy trabajando en lo que yo llamo el cafble. Es un café que es un cable, y une ambos conceptos, ¿no? Transmite datos, huele y sabe bien, y te ayuda a empezar el día con buen pie. ¿Lo quieres probar?
E.: No gracias, nunca pruebo cosas nuevas. Quería preguntarte qué expectativas de futuro pronosticas para este oficio.
E.: No puedo decirlo. Soy la última de mi estirpe y aunque he tomado aprendices a lo largo de estos dos últimos años todos han muerto en circunstancias trágicas.
E.: Vaya, lo lamento
E.: Gracias. Eran un poco inútiles de todos modos eh, así que no lo sé. El tiempo dirá.

E.: Ya para terminar, ¿tienes algún consejo para alguien que tenga interés en iniciarse en este oficio?
E.: Le diría que persevere. El secreto para alcanzar el dominio del cable es el respeto. Si respetas a los cables, los cables te respetarán; entonces serás capaz de hacer lo imposible.
----
Me largo de Pueblo con una sensación agridulce. Melindra abraza su pasión y reaviva la llama de un arte que ha estado presente en su familia durante generaciones, pero no puedo evitar desprenderme de una sensación extraña, crepuscular.
Melindra me acompaña dando indicaciones mientras doy marcha atrás con mi SUV, y se queda diciéndome adiós con la mano mientras me alejo. Contemplo su figura empequeñeciendo hasta que desaparece tras un recodo. Pongo los ojos en la carretera y veo que me he salido, voy campo a través. ¿Qué le deparará el futuro? ¿Qué me deparará a mí?
- Galimatíades Dumpling, escribiendo para el “The Very Bad News”, 26 de febrero de 1982.
FIN
Hola otra vez. ¿Qué tal, cómo ha ido? ¿Os ha gustado? Si os ha gustado y os lo queréis volver a leer no seré yo quien os detenga. Podéis hacerlo aquí, como siempre, empezando otra vez. O si no, también lo podéis leer….
En wattpad no. Ni esta ni ninguna de las otras; mi cuenta desapareció sola y la perspectiva de tratar de restablecerla me causó gran procrastinación.
Que paséis un feliz año.
No ha sido publicado por extranieza.miscelánea ediciones porque no existe tal editorial.
Me parece inaceptable que no hayan inventado aún un modelo de vehículo en el que uno pueda salir (y entrar) por el parabrisas.
Ah, los sopapeadores de cables, casi unos churreros del metal, un oficio que ya no se ve, un poco por el avance de la industria pero creo mas que nada por la inexplicablemente alta mortalidad que acarrea. Me suscribo para recibir mas información de calidad como esta. Eternamente agradecido.