Hete aquí un cuento | La cofradía de la hechicería y el encargo de carpintería
Acompañadme en este breve cuento en el que brujas, magos y demás artífices del ilusionismo se embarcan en una misión de gran importancia: la restauración de los muebles de Lord Bituario.
Mondriano el mago no estaba de acuerdo, y la insistencia de Bêlgardar, mago también, estaba empezando a enfurecerle. Mientras le escuchaba no podía parar de negar con la cabeza. Negaba tan fuerte con la cabeza que casi se le cae el sombrero y se lo tuvo que sujetar con las dos manos para encasquetárselo más a fondo. Tuvo que apretar mucho porque su pelo, seco e inflado, hacía que se le escurriera siempre. Y aun apretándoselo mucho era un peligro. En una ocasión, sin previo aviso, el sombrero salió volando disparado con un “pop”, se elevó centenares de metros y casi ensarta a un par de gansos que pasaban volando por allí.

Desde entonces se lo apretaba tanto que se le estaba empezando a ahuevar el cabezón. Pero eso no era problema para un mago. El problema para un mago eran otros magos, magos inútiles, como Bêlgardar. Cómo le irritaba. Al final tuvo que elevar la voz para cortar su intervención.
- ¡NO, NO y NO! - le dijo - ¡Tienes que mezclar primero el verde con el azul, y luego el magenta con el gris antes de añadir el amarillo!
- ¡Eres un merluzo! - le gritó Bêlgardar, aún más indignado - ¡Vosotros los de la escuela del moco no tenéis ni pajolera idea de cómo preparar ungüentos de restauración de muebles!
- Como vuelvas a faltarle al respeto a la Escuela del Moco te aviento una somanta de palos que… que…
- ¿Que qué, eh? - dijo Bêlgardar desafiante.
Los dos magos empezaron a forcejear empujándose con el pecho, chocando débilmente el uno contra el otro mientras sus largas barbas se mecían como las ramas de un sauce. Glogberta se levantó. Ella también estaba harta, pero de los dos magos.
- Bueno, ya basta los dos. Me tenéis hasta el papo con vuestras rencillas - dijo.
- ¡Vaya! - se mofó Mondriano con sorna. - ¡Ahora Glogberta está harta!
- ¡Pobre Glogberta! - añadió Bêlgardar con más sorna aún, y luego su tono se incendió - Está molesta con nosotros ¡PERO NO APORTA NINGUNA SOLUCIÓN!
Bêlgardar era el más beligerante, de ahí que hubiese estudiado en la escuela del Fósforo. Era un mago especializado en fuego, en explosiones y en todo lo que es efervescente. Glogberta lo miró, sus ojos convertidos en dos finas líneas de odio contenido.
- Aportaría una solución si os callarais la bocaza de una vez, pero no, los magos siempre tenéis que demostrar cada maldito día quién tiene la vara más larga - les espetó.
Lo cierto es que lo que decía Glogberta era cierto, la valía de un mago se medía ni más ni menos que por la altura de su vara. Los más poderosos eran los más lentos, porque tenían que desplazarse portando sus varas con mucho equilibrio y cuidado para evitar que se les cayeran o se les enredaran en las copas de los árboles. Hockdren Farboren, el mago más poderoso de todos, tenía una vara de 234 metros de altura y siempre tenía que estar al aire libre, por eso le había crecido musgo en el pelo.
- ¡Ohh, el clásico comentario! La bruja criticando lo que los magos hacemos o dejamos de hacer con nuestras varas - dijo Mondriano.
- Cuando claramente es MI vara la que excede en altura a la de Mondriano - dijo Bêlgardar - ¡ES ASÍ DE ALTA!

- ¡Por qué tú lo digas, pedazo de mondongo! - dijo Mondriano.
- ¡Es una cuestión de realidad métrica! - dijo Bêlgardar rojísimo.
- ¡BASTA! - gritó Glogberta - ¡No tenéis ni idea ninguno, y nos vais a hacer quedar mal por culpa de vuestra ineptitud!
- ¡PUES MENOS HABLAR Y MÁS PROPONER! - gritó Bêlgardar.
- Para empezar, estáis metiendo en la mezcla el gris, que nunca se tiene que usar cuando preparas un ungüento para restaurar muebles. Todo el mundo sabe que con el gris el barniz se vuelve dulce y atrae a las termitas - dijo Glogberta.
- ¡Ha! - exclamó Peníctea, la bruja invíctea, ahogando una risa. - El gris le da dulzura, pero solo si lo pones antes del amarillo como decía Bêlgardar.
- ¿En serio, Peníctea? ¿Te pones de parte de estos vejestorios? - dijo Glogberta.
- Eh, menos, ¿eh? Que somos del mismo año, Glogberta - dijo Mondriano - Y deja de atacar a Peníctea, porque ella sí que tiene idea.
- Pues no, lumbreras, porque en lo del gris tenéis razón, pero como no pongáis azul añil antes, os va a estallar el mejunje en la cara y os vais a quedar sin napias.
- ¡PERO QUÉ DICES AZUL AÑIL! ¿QUIERES MATARNOS? - gritó Bêlgardar fuera de sí.
- Ahí estoy de acuerdo con Bêlgardar - dijo Agatéa, la bruja que se menea, que había estado callada hasta ese momento.
- Lo que faltaba - dijo Bêlgardar - ¿Pues no va y me apoya la de la Escuela del Mimbre? ¡Los bufones del mundo mágico! - dijo Bêlgardar.
- Oye pedazo de gilipollas de mierda, a ver si te voy a conjurar un cesto dentro del colon y a ver cómo cagas entonces - dijo Agatéa con los ojos inyectados en sangre.
- ¡Paz, paz! ¡Haya paz! - dijo Remigio, el mago prodigio, de la Escuela de la Paz - Debemos lleva-
- Cállate Remigio - dijo alguien.
- ¿Quién ha dicho eso? - preguntó Magdalenio, el del buen genio, mago de la Escuela del Pan.
- ¡Te voy a ostiar!
- ¡Ven aquí cabeza de chorlito!
El ambiente se estaba caldeando rápidamente y la sala, con cada vez más y más personas gritando al mismo tiempo, parecía una olla a presión a punto de estallar, hasta que de pronto…
- ¡BASTA!
El golpe sónico fue tal que toda la gente que había en la sala se tuvo que proteger los oídos. Había hablado Vicenta, la bruja que te revienta, una de las hechiceras más poderosas del reino. Se decía que era mucho más poderosa que Hockdren Farboren, el mago de la vara de 234 metros. Jamás se habían batido en duelo, así que no podía saberse con certeza si era más poderosa o no, pero lo que sí era, sin duda, es más lista, porque no iba por ahí con una vara de 234 metros. Su problema es que en una ocasión se había tragado una corneta de viento, y desde aquel funesto día su voz era tan poderosa que si no quería matar a nadie de un grito tenía que hablar en susurros. Y entonces nadie la escuchaba bien.
- Escuchad mis palabras, pues solo lo diré una vez. Lord Bituario ha contratado a la cofradía de la hechicería para realizar una tarea. Restaurar los muebles de su habitación. Podría haber contratado al gremio de carpinteristas, pero no, nos ha contratado a
- ¡Más alto! – dijo alguien desde el fondo.
- ¡No se oye nada! – dijo otra persona.
- ¡LORD BITUARIO NOS HA CONTRATADO PARA RESTAURAR…
- ¡Ahhhh! ¡No grites! – dijo alguien mientras todo el mundo se tapaba los oídos para protegerse.
Era el caos otra vez. Pero, mientras todo el mundo estaba discutiendo y gritando, una figura encapuchada aprovechó la algarabía generalizada para aproximarse al caldero.
Era Mauricio, el subrepticio, ladrón de la Escuela de [secreto]. Se acercó como una sombra sin que nadie advirtiera su presencia. Extrajo un pequeño frasco de uno de sus múltiples bolsillos secretos y añadió un polvo especial al preparado. Unos polvos que habían sido adquiridos ni más ni menos que por el gremio de carpinteristas, que pretendían boicotear el trabajo de la cofradía de la hechicería para quedarse con el contrato. Tenían la esperanza de que Lord Bituario les perdonara el famoso fiasco con la fabricación del armario real.
Fue un escándalo muy sonado.
Por culpa de un error, no le habían puesto puertas, y además se dejaron a un carpinterista dentro. Lord Bituario, por miedo a parecer inútil, no reveló que no sabía abrir su armario hasta que, al cabo de varios meses, el carpinterista atrapado empezó a oler verdaderamente mal. Lord Bituario tuvo que tragarse el orgullo y reconocer ante todo el mundo que había fingido saber abrir el armario y, a su vez, el gremio de carpinteristas tuvo que reconocer que habían cometido un error de construcción garrafal. Y además le habían dejado un carpinterista moñeco a Lord Bituario. Como decía, un escándalo.
Total, que cuando Mauricio el subrepticio se marchó sigilosamente después de completar su misión, los polvos hicieron efecto dentro del caldero. El ungüento empezó a burbujear, la presión aumentó drásticamente y entonces… se produjo tal estallido que se fueron todos a tomar viento, junto con el 80% del edificio de la cofradía.
Y así fue, estimadas lectoras y lectores, como la cofradía de la hechicería no completó su encargo de carpintería.
FIN
Vicenta, la bruja que te revienta.
Jajajaja, me parto... Mauricio, el subrepticio... jajaja
¡Genial!