Este breve relato se enmarca en La Hora del Disparo de
y en la que lanzan una frase como disparador para desarrollar un poema, relato, reflexión, monólogo… atravesado por una frase como nexo común. Hice dos, primero una, y luego otra. Esta es la una. La otra igual otro día.MacGrujington

El gumete MacGrujington subió jadeando a la jarcia del palotroque, donde el capitán MacGrujington contemplaba la puesta de sol en éxtasis, experimentando una grata sensación al sentir cómo el viento le mecía las ropas y los cabellos.
- ¡Capitán MacGrujington! – gritó el grumete - ¡Tiene usted que venir de inmediato! ¡Se ha abierto otro boquete!
- Tonterías, grumetillo MacGrujington. Los boquetes se abren cada día, uno más no es motivo para importunarme ni interrumpir mi contemplación. ¿Qué no ve usted la magnífica puesta de sol que hay? Quiero contemplarla hasta que el sol me ciegue.
- ¡Pero capitán! ¡Este boquete no es como los demás, es mucho más grande!
- Maldita sea grumete MacGrujington, como vaya y resulte que no es para tanto me va usted a oír bien mientras le amonesto.
El grumete ya estaba en cubierta. ¿Cómo había bajado tan deprisa? Un momento, estaba espachurrado en cubierta. ¡Se había tirado! ¿Pero en qué estaba pensando? Molesto, el capitán MacGrujington bajó cuidadosamente por la escalerilla hasta cubierta y se dirigió hacia el portalabro del montornueco, que daba acceso a la cubierta inferior. Los demás grumetes corrían como locos de un lado para otro, como pollos sin cabeza, sin ir hacia ningún lugar concreto ni hacer nada en particular. Era el pánico, que estaba cundiendo. De hecho, algunos se estaban arrojando a sí mismos por la borda. Otros estaban arrojando a otros por la borda, y un último grupo estaba arrojando por la borda primero, antes de arrojarse luego ellos mismos también. A ese paso el capitán se iba a quedar sin tripulación.
Bajó a las bodegas cruzando los camastros, donde el ambiente era más sombrío… el ánimo allí abajo era más deprimente. Los grumetes estaban tumbados en sus camastros, con las miradas perdidas en el techo. El capitán hizo una mueca mientras pasaba junto a ellos sin mirarlos demasiado, no fuera que se le contagiara la desazón.
Finalmente, tras un descenso un poco largo, acabó llegando a la cubierta inferior del barco. Por las melenas de tritón, el boquete era bastante grande.
- Dos personas caben de pie en su interior – dijo el contramaestre poniéndose al lado del capitán.
- Justamente eso estaba pensando yo, contramaestro MacGrujington. ¿Acaso puede leerme la mente usted? - dijo el capitán.
- Ya sabe que sí, capitán – dijo el contramaestre.
- ¿Qué ha causado el boquete?
- Pues al parecer ha habido oleaje.
- Siempre hay oleaje, contramaestro – dijo el capitán. El contramaestre asintió un poco con la cabeza, pero medio de lado.
- Sí, pero este nos ha dado bien – dijo el contramaestre. El agua les empezaba a lamer las rodillas.
- ¿Lo ha visto alguien? – dijo el capitán
- El grumete MacGrujington, señor. Dice que había un pequeño cisne nadando en aguas abiertas que se sumergió y provocó una ondulación. Y al mismo tiempo, al otro lado del barco, un pez ha saltado provocando otra ondulación. Nos han golpeado desde ambos frentes.
- No me estará diciendo que dos ondulaciones ridículas han bastado para abrir un boquete de estas dimensiones en mi galeón.
- Nunca escuchas nada, MacGrujington – dijo el contramestre con gravedad inesperada.
- Tooooonterias, contramaestro – dijo sin prestar atención – Y no entiendo a qué viene este súbito cambio de tono, ya sabe que en mi barco quien quiera hablar tiene que tratarme de usted. ¡Dónde ha quedado el decoro!
- Si pudiera decirte lo que te quiero decir… pero es que va a ser inútil.
- Me puede decir usted lo que quiera, contramaestro.
- Da igual.
- No, adelante. Sin rodeos. Estoy más que capacitado para hacer oídos sordos si no me interesa.
- Su galeón.
- Que le pasa.
- Pues que está hecho de puto papel de váter. Lo raro no es que flote, sino que no se haya hundido aún, capitán. Usted no lo sabe, pero los grumetes están hartos de reemplazar el casco cada hora mientras usted está en la cima viendo pasar los pájaros.
- Tonterías. Además, tenemos reservas infinitas de papel para reparar los boquetes, no importa lo grandes que sean.
- Sí capitán, pero si nos dirigiéramos a puerto y forráramos el barco con madera, igual no tendríamos que estar reparando boquetes todo el día.
- No pienso llevar el barco a puerto. Si lo llevo a puerto jamás llegaremos a donde vamos.
- ¿Y a dónde vamos?
- ¡Pues estaba a punto de descubrirlo, contramaestro! Estaba a esto – dijo el capitán haciendo un gesto con los dedos, indicando lo poco que le faltaba para descubrirlo – Y ahora los grumetes, usted y el maldito boquete me han quitado las ganas de descubrirlo y me han arruinado la puesta de sol. Me voy a mi camarote a dormir. Haga el favor de reparar este desastre o nos vamos a pique, y que nadie me despierte hasta que todo esté arreglado.
El capitán MacGrujington se marchó teatralmente, dejando al contramaestre con el agua hasta el cuello. El hombre suspiró. A veces se hartaba del capitán, pero alguien tenía que gobernar el barco. A él le daba igual adónde lo llevara, mientras no lo tuviera que llevar él.
Los grumetes que se habían arrojado por la borda se dejaron arrastrar por la corriente y entraron de nuevo en el barco por el boquete. En silencio, empezaron a poner pegotes de papel de váter mojado encima. Capas y capas que se iban apelmazando una sobre la otra hasta que, al final, con tanto grumete y tanto papel, y contra todo pronóstico también, el boquete quedó tapado. Y el agua se la bebieron.

FIN
Sin Comentarios
Wow! Qué es este texto tan maravilloso? Y las imágenes que lo acompañan son hermosas también. Terminé de leer tu historia sintiéndome un grumete más. Espectacular!