[#10] ¿Sabías que una iniciativa del siglo XIX para aprovechar las propiedades antiestáticas de la lana de las ovejas neozelandesas acabó amenazando la integridad de todo el ecosistema submarino?
¡Celebren conmigo la edición número 10 del "Sabías que..." misceláneo con una edición especial! Especial, porque es más larga y tiene más imágenes. He tardado mucho en prepararlas. ¡Denle amor!

Tal vez no lo saben ustedes, pero la lana de las ovejas Romney neozelandesas tiene propiedades aislantes y antiestáticas tan potentes que, en la década de 1870, se utilizó para aislar el primer cable telegráfico submarino que unió Londres y Nueva Zelanda. El problema era que la lana, una vez esquiladas las ovejas, perdía esas propiedades. Por ese motivo se decidió usar ovejas completas, y con el fin de garantizar su supervivencia subacuática se inició un programa de aclimatación progresiva.
Las ovejas se adaptaron sorprendentemente deprisa a su nuevo hábitat. En apenas 2 meses ya habían desarrollado branquias, resistencia a las bajas temperaturas submarinas, e inmunidad a los efectos de la presión a grandes profundidades.

El programa fue un éxito rotundo, pero la rápida velocidad de mutación de las ovejas sorprendió incluso a los científicos menos proclives a la sorpresa. Pronto las ovejas se organizaron en rebaños que agrupaban miles de ejemplares, y empezaron a arrasar con los pastos de Macrocystis pyrifera. Para evitar la desaparición de estas algas fue necesario contratar agricultores submarinos. Se les encargó la tarea de cultivar y mantener pastos frescos para que esta nueva especie de ovejas pudieran tener sustento.

Aun así, la voracidad de las ovejas era tal que sobrepasaba el ritmo al que los agricultores podían trabajar. Por eso las ovejas empezaron a comerse los propios equipos telegráficos que habían jurado proteger. Y cuando se acabaron los equipos telegráficos empezaron a comerse las piedras y a perforar el subsuelo, creando una compleja red de cavernas que utilizaban como refugio para ocultarse de la dotaciones de ganaderos que trataban infructuosamente de devolverlas a tierra firme. Su dieta se amplió y empezaron a devorar bancos de peces y crustáceos arrasando con ecosistemas enteros. El problema alcanzó escala de impacto internacional cuando los rebaños se expandieron más allá de las costas neozelandesas y se detectaron en países alejados miles de kilómetros.
Pero lo que verdaderamente revolucionó la opinión pública fueron los primeros avistamientos de lo que los marineros llamaban la “Oveja Blanca”, una oveja albina de tamaño desmedido. Según contaban, la criatura medía más de 20 metros de longitud, pesaba más de 100 toneladas y era capaz de devorar barcos enteros.

Tras dos años de caos marítimo y ante la creciente amenaza que no parecía ir a mejor, si no que parecía ir a peor, el Consejo Internacional de Seguridad de las Profundidades Marinas tomó cartas en el asunto y contactó con la capitana Mary Von Belmont.
Von Belmont era una figura opaca donde las haya. Una heroína para unos, rufián para otros. Jamás se ha podido probar con certeza que fuera, de facto, pirata, y dado lo desesperada que era la situación, el consejo decidió hacer la vista gorda ante las pocas pruebas que supuestamente la incriminaban, todas circunstanciales y muchas basadas solo en algo tan superfluo como sus pintas.

Von Belmont, que había tenido ya varios encuentros con la Oveja Blanca, afirmaba que si lograban abatir a la criatura los rebaños se enfrentarían entre ellos por el liderazgo. Ese momento de debilidad sería el idóneo para lanzar la contraofensiva y capturar, mediante el uso de grandes redes, al resto de ovejas descarriadas para devolverlas a tierra firme.
El plan fue aprobado y Mary Von Belmont reunió a su tripulación en su navío, El Tembleque. Un buque de línea de tres puentes con cinco cubiertas y más de cien cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela. Zarparon la mañana del 18 de marzo de 1883.

Durante tres meses, no se supo nada de la expedición.
Hasta que un día, otro buque, el Rescatador, recogió a un hombre raquítico que llevaba días a la deriva, agarrado a un melón: John Johnjohnson, único superviviente del Tembleque y de la tripulación de Von Belmont.
Johnjohnson contó que, tras dos meses de persecución, de navegar por el filo del fracaso, por la cresta de la ola de la desesperación, dieron con la Oveja Blanca. Von Belmont le tenía ganas ya que era precisamente esa oveja la que, años atrás, le había arrancado una pierna sembrando el germen de su sed de venganza monomaníaca. Los rebaños se la chuflaban. Ella solo quería cazar a la maldita oveja.

El combate duró un mes. Fue atroz, brutal, una cosa terrible. La criatura perforó el casco del Tembleque con su hocico abriendo una vía de agua que condenó al navío al naufragio, pero Von Belmont logró clavar su arpón en el lomo de la bestia, que se hundió en las profundidades arrastrando a Mary, al Tembleque y a toda la tripulación. Solo Johnjohnson se salvó milagrosamente porque abandonó el barco cuando vio que la cosa empezaba a pintar mal. Y aun salvándose del naufragio, se las arregló para pinchar el bote en el que iba (que era de madera), y hundirlo. Un lerdo, vamos.

Tal como Von Belmont había predicho, los rebaños se vieron severamente afectados por la pérdida de la Oveja Blanca. Sin nadie que los guiara, era muy fácil para los ganaderos capturar a los ejemplares descarriados que, una vez devueltos a tierra firme, se adaptaban rápidamente a sus antiguas costumbres. Eso rebajó la presión en los mares, pero había demasiadas ovejas para capturarlas a todas.

Sin embargo, por motivos que aún hoy se desconocen, los rebaños rezagados se esfumaron de la noche a la mañana.
Hay quien dice que migraron a aguas más profundas. Hay quien dice que Mary Von Belmont no murió, sino que se convirtió en su reina y ahora comanda legiones de ovejas en las profundidades abisales, esperando el momento para resurgir y tomar el mundo para sí.
El tiempo dirá. El tiempo mostrará.

En mi último viaje de Buceo en Playa del Carmen, me encontré con una de estas ovejas, pero nadie me cree porque no son de aguas cálidas. Y debo decir que todos esos grandes y famosos cuadros al óleo no representan la realidad, pues se sabe que la lana mojada pesa tanto que las patas de las ovejas se atrofiaron y quedaron chuecas.
Pero qué puta maravilla, joder. Jonhjohnson, el Tembleque, Espronceda y Moby Dick (no la canción de Led Zeppelin). Bravo.